Cuando hablamos de cambio social, nos referimos a la alteración, transformación o variación de las condiciones políticas, económicas y culturales, de un determinado segmento social. Esta variación del status quo, puede implicar cambios de tipo retrogrado (profundización del sistema dominante) o de tipo progresista (superación del sistema dominante).
Partiendo de estas ideas, el cambio social progresista, está políticamente ubicado en la izquierda y toda práctica política de izquierda que se considere consecuente, lleva inherente una ruptura con el capitalismo.
Los métodos para lograr el cambio social progresista, deben tomar en cuenta ciertos elementos. Primero, partimos del hecho concreto, cierto e innegable, de que vivimos en una sociedad de clases, sociedad dividida entre ricos y pobres, entre los que son dueños de los medios de producción y los que sobreviven con la venta de su fuerza de trabajo.
Este control de las riquezas por una minoría frente a la marginación económica de las mayorías, es un primer elemento que sostiene el status quo.
Segundo, el Estado no es un aparato neutral, el Estado históricamente ha representado un instrumento de defensa de los intereses de la clase económicamente dominante. Las leyes, la educación, las fuerzas armadas o policiales y demás instrumentos oficiales, velan por la conservación y reproducción del sistema social dominante.
Y tercero, pero no menos importante, el control que ejercen las clases dominantes sobre los medios de comunicación social, nervio motor de control ideológico, utilizado para hacer creer al pueblo que vive en el mejor de los mundos posibles y para satanizar a sus enemigos.
Enfrentar el reto del cambio social progresista, conlleva el enfrentamiento a esta enorme estructura social, al servicio de la defensa de las clases dominantes y su sistema de privilegios. Es por ello, que las transformaciones sociales no las hacen los individuos, ni las grandes personalidades, las transformaciones sociales las hacen los pueblos.
Por más ideas y fortalezas que demuestre un individuo, sólo no podrá enfrentar y menos transformar las estructuras que sostienen y reproducen el sistema dominante. En una sociedad dividida en clases como la nuestra, el cambio social pasa por el trabajo colectivo y la organización de los marginados y empobrecidos por el sistema, enfrentando la explotación, no colaborando con ella, buscando superar el status quo y no incorporándose al el, para supuestamente, “derrotarlo desde dentro”, táctica que finalmente termina en una vulgar absorción.
En las condiciones actuales de nuestro país, con un Estado defensor a ultranza del capitalismo, con unos partidos politiqueros que se hacen eco unánime de la demagogia electoralista, con unas leyes electorales hechas a la medida del marketing, plantearse el método de los cambios desde adentro, no es más que hacerle el juego al sistema dominante, explotador, opresor e injusto en el que vivimos.
Pueden considerarse planteamientos de derecha con cuero de izquierda, el reformismo burgués o el populismo demagógico, que no son más que posiciones oportunistas, que ofrecen una salida de escape, que liberan presión de las periódicas crisis del capitalismo.
Los defensores de estos postulados, como los teóricos del cambio desde adentro, niegan el carácter preponderante de la economía sobre el resto de las relaciones sociales, buscan la fiebre en la manta, encontrando curas milagrosas en medidas decorativas, que no van a la raíz de los problemas sociales.
El Cambio social progresista, no está en las instituciones e instrumentos de la burguesía, sino en la construcción del poder popular, con un profundo sentido clasista. Creer lo contrario, es caer en la ingenua esperanza, que los instrumentos de defensa de los privilegios y las exclusiones, será el mismo que dará libertad, felicidad y justicia a los pueblos que oprime.
Publicado en “La Prensa”, el 9 de julio de 2008.
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