El arroyuelo susurra recuerdos esta noche, llueve en la montaña y su caudal agrandado lo hace más ruidoso. La piedra donde solías sentarte por horas en silencio, está cubierta por una corriente que parece capaz de arrastrar cualquier cosa, menos de borrar una suma de heridas sin sentido.
Cuando hablamos de amores parece que todos los caminos estuviesen trillados y yo quiero llegar con estás letras hasta ti, sin tener que recurrir a los patetismos, quiero acércame a ti cuando sonríes tan cálidamente, juntar nuestras mejillas, oler tu cuello y arroparme en tu cabello profundamente negro, sentirme niño nuevamente, idear travesuras, morder suavemente el lóbulo de tu oreja y disfrutar como tus ojitos destellan en la sorpresa.
Ves que fácil caigo en los sitios comunes, pero, ¿cómo evitarlo si tuvimos una vida en común?, un cielo y un suelo, que a veces parecía eterno, pero que en otras, se desmoronaba con una velocidad terrorífica, los eslabones que nos unían se disipaban en las discusiones más absurdas e irremediablemente éramos absorbidos por un determinismo fatal que no daba paso a esa sensibilidad creadora, a esa pasión que nos había llevado tomados de la mano hasta este punto.
Nuestro amor era especial, quizás tan especial que ahora parece imposible que hubiese existido. El espacio común que habíamos creado era impermeable a los caprichos de la sociedad enferma en que vivimos; sólo nosotros y una noche fresca, algunos libros, vino o quizás una buena película, de esas que cada vez hay menos.
Los humanos para forjar cosas hermosas tomamos mucho tiempo, amar es un arte que se pule en unos sutiles trazos de pasión, que poco a poco van dando forma a la bella rutina de los amaneceres, a aquellos atardeceres cuando la luna anuncia la llegada de la primera estrella, cuando los mantos rojizos de un sol ausente rodeaban tu rostro mientras te besaba frenética y tiernamente, haciéndome creer que mi patria estaba en cualquier parte, que podría vivir y morir donde me llevasen tus abrazos tibios, tu piel, tu olor.
No por lejano es menos doloroso, todo lo contrario, cada día sin ti es una llamarada triste que me tortura desde la epidermis a la médula y nada puedo hacer, tan sólo esperar que mi existencia termine, quizás la única forma de burlar está ironía que corto nuestros caminos cruzados antes de darle vida a la vida, de haber marchado hacia los imposibles que sólo un amor como el nuestro hubiese podido emprender.
Dejo estas palabras para ti, al borde de tu epitafio inconcluso, en medio de nuestras almas divididas, más allá de unos cantos decididamente alegres, que traen la historia de tus besos a mis labios, de tus caricias a la parte interna de mi cuello, de tu voz a mis sueños.
-Luis Calvo Rodríguez.
Texto Ganador del Primer Lugar del Concurso Nacional Literario 2010, en Género Epistolar, con la temática, “Carta a un Amor Imposible”, organizado por la Red de Promotores de Lectura.
Felicidades compa, siempre te haz destacado por escribir muy bien. A veces ideológicamente (en el fondo) no coincidimos, pero siempre me a gustado tu redacción y la forma de llevar tus escritos... Que sea uno entre muchos más... Felicidades nuevamente...
ResponderEliminarSaludos, Joao Quiroz Govea
Muchas gracias compa y aunque como dices, no siempre coincidimos, al final de todo creo que luchamos del mismo lado. Saludos.
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