Palabras en la Ceremonia de Premiación del Concurso Gustavo Batista Cedeño, 31 de mayo de 2011, Ciudad de Panamá.
Esta noche, trae el recuerdo de otras noches. Como aquella de luna tenue, que obligaba a afinar la vista elevado sobre los hombros de mi padre, el panorama era impresionante para un niño de mi edad, la multitud avanzaba lenta pero constantemente, fue la última vez que acudí a la procesión de Jueves Santo en Alanje con auténtico compromiso. Mi padre, un hombre fuerte y trabajador como pocos, beisbolista, mecánico de profesión, amante del campo donde nació, desde su altura me proporcionaba una imagen protectora que trato de aferrar a mis recuerdos, borrosa en el punto que aveces es sueño, a veces recuerdo, una antigua imagen nocturna que busco proteger de los intereses del olvido.
De aquel momento recuerdo como las procesiones religiosas de antaño en el interior de la república, eran el reflejo de la suma de millones de deseos. Caminábamos pidiendo la cura de una enfermedad, un trabajo que ayudase a traer el pan a la familia o permitiese mandar los niños a la escuela, se caminaba por estos y otros milagros, al final, el santo de turno disponía.
Deseos simples de gente común que encontramos en la calle, en los barrios, en los campos, con quienes compartimos alegrías circunstanciales e incomodidades, chistes, incomprensiones, frustraciones, gente que camina día a día sosteniendo el milagro de su supervivencia y es a ellos a quien quiero escribir, es a ellos a quienes veo en muchos de mis versos y mi aspiración final es que este esfuerzo montaraz llegue a sus ojos.
Estoy consciente de que no es un deseo fácil de cumplir, los poetas, cuando tenemos la intención de escribir para nuestro pueblo, aunque tratemos de despojarnos de los códigos que dan un carácter elitista al arte, nos encontramos con los imponentes muros que colocan la fría y omnipresente realidad material. En medio de sufrimientos calóricos, hambres cíclicas, dignidades olvidadas, consumismos perversos, sádicas opresiones, crucifixiones repetidas, una y otra y otra vez, en medio de todo esto, la poesía debe realizar esfuerzos casi divinos para dejar escapar pequeñas fibras, como hilos diminutos que se sueltan de una tela monolítica, para atravesar las prisiones de aquellos códigos que separan a los trabajadores del arte que trata de contar su historia, como memoria colectiva rescatada, como anuncio de un amanecer que cada vez es más necesario y posible.
Escribimos por los que somos, pero sobre todo, por la suma del aprendizaje que nos proporciona nuestro origen, situación y postura de clase dentro de la sociedad en que vivimos, crecemos y sobre la cual ejercitamos nuestra acción creadora.
Tengo poco tiempo mostrando a otros las cosas que escribo, de compartir ideas, sentimientos, pensamientos -masivamente- asumiendo las consecuencias de tener posiciones ante la vida, ante este espacio material y concreto del cual no podemos ni debemos escapar, donde se respira, se sufre y se disfruta, en forma muy desigual. Terrenos de la existencia donde nace la literatura, en los cuales la poesía no había pasado de ser en mi vida más que columna principal del amor hacia mi pareja y compañera, algo muy intimo que jamás imagine en espacios públicos y distinguidos como este, por el cual me han antecedido poetas muy talentosos. Por ello, este honor recibido por parte del Jurado del Concurso Gustavo Batista Cedeño y el Instituto Nacional de Cultura, revisten una importancia tan grande para mi.
Creo que la poesía, por las características propias del género, a diferencia del cuento o la novela, es el tipo de literatura menos masivo, más lejano a la rutina popular, pero es de ese día a día que expresa indiferencia de donde germinan la mayoría de los versos, cuentos o artículos que trato de escribir.
Quiero escribir sobre bailes comunes, de gente común: como aquella música tropical que alegra los pasos veloces entre dos cuerpos que giran sin precauciones, mientras proyectan su aliento tibio en la oreja cómplice; o sobre los miedos rutinarios de cualquier barrio, donde todos nacemos queriendo vivir en paz, pero la voracidad del consumo ofrecido y negado nos conduce a ver la muerte prematura e inútil de nuestros semejantes como un precio a pagar para sostener el confort de algunos; quiero escribir sobre mi madre que me condujo sutil y firmemente por los senderos de la literatura, brindándome siempre la libertad de elegir mis convicciones, este premio también es para ella, mi padre y hermanas.
Estás palabras han sido para agradecerles a tantos y tantos que no podría recordar sus nombres, también ha sido una forma de presentarle a este augusto auditorio una breve antesala de cuales han sido mis propósitos con “Fuegos de Barrio y Arado”, poemario que presenté y fue distinguido en este concurso.
En los terrenos del arte he decido creer en ese impulso colectivo humano que nos permitió superar la barbarie, la esclavitud, el feudalismo, dejándonos frente a la voracidad del capital, etapa que tan superaremos, llevados por ese impulso humano -histórico- más fuerte que el individualismo que se inocula a la humanidad cada minuto del día. La poesía en particular y el arte en general, tienen mucho que hacer para que en este mundo, el único que tenemos, haya espacio para todos y todas. Muchas Gracias.
De aquel momento recuerdo como las procesiones religiosas de antaño en el interior de la república, eran el reflejo de la suma de millones de deseos. Caminábamos pidiendo la cura de una enfermedad, un trabajo que ayudase a traer el pan a la familia o permitiese mandar los niños a la escuela, se caminaba por estos y otros milagros, al final, el santo de turno disponía.
Deseos simples de gente común que encontramos en la calle, en los barrios, en los campos, con quienes compartimos alegrías circunstanciales e incomodidades, chistes, incomprensiones, frustraciones, gente que camina día a día sosteniendo el milagro de su supervivencia y es a ellos a quien quiero escribir, es a ellos a quienes veo en muchos de mis versos y mi aspiración final es que este esfuerzo montaraz llegue a sus ojos.
Estoy consciente de que no es un deseo fácil de cumplir, los poetas, cuando tenemos la intención de escribir para nuestro pueblo, aunque tratemos de despojarnos de los códigos que dan un carácter elitista al arte, nos encontramos con los imponentes muros que colocan la fría y omnipresente realidad material. En medio de sufrimientos calóricos, hambres cíclicas, dignidades olvidadas, consumismos perversos, sádicas opresiones, crucifixiones repetidas, una y otra y otra vez, en medio de todo esto, la poesía debe realizar esfuerzos casi divinos para dejar escapar pequeñas fibras, como hilos diminutos que se sueltan de una tela monolítica, para atravesar las prisiones de aquellos códigos que separan a los trabajadores del arte que trata de contar su historia, como memoria colectiva rescatada, como anuncio de un amanecer que cada vez es más necesario y posible.
Escribimos por los que somos, pero sobre todo, por la suma del aprendizaje que nos proporciona nuestro origen, situación y postura de clase dentro de la sociedad en que vivimos, crecemos y sobre la cual ejercitamos nuestra acción creadora.
Tengo poco tiempo mostrando a otros las cosas que escribo, de compartir ideas, sentimientos, pensamientos -masivamente- asumiendo las consecuencias de tener posiciones ante la vida, ante este espacio material y concreto del cual no podemos ni debemos escapar, donde se respira, se sufre y se disfruta, en forma muy desigual. Terrenos de la existencia donde nace la literatura, en los cuales la poesía no había pasado de ser en mi vida más que columna principal del amor hacia mi pareja y compañera, algo muy intimo que jamás imagine en espacios públicos y distinguidos como este, por el cual me han antecedido poetas muy talentosos. Por ello, este honor recibido por parte del Jurado del Concurso Gustavo Batista Cedeño y el Instituto Nacional de Cultura, revisten una importancia tan grande para mi.
Creo que la poesía, por las características propias del género, a diferencia del cuento o la novela, es el tipo de literatura menos masivo, más lejano a la rutina popular, pero es de ese día a día que expresa indiferencia de donde germinan la mayoría de los versos, cuentos o artículos que trato de escribir.
Quiero escribir sobre bailes comunes, de gente común: como aquella música tropical que alegra los pasos veloces entre dos cuerpos que giran sin precauciones, mientras proyectan su aliento tibio en la oreja cómplice; o sobre los miedos rutinarios de cualquier barrio, donde todos nacemos queriendo vivir en paz, pero la voracidad del consumo ofrecido y negado nos conduce a ver la muerte prematura e inútil de nuestros semejantes como un precio a pagar para sostener el confort de algunos; quiero escribir sobre mi madre que me condujo sutil y firmemente por los senderos de la literatura, brindándome siempre la libertad de elegir mis convicciones, este premio también es para ella, mi padre y hermanas.
Estás palabras han sido para agradecerles a tantos y tantos que no podría recordar sus nombres, también ha sido una forma de presentarle a este augusto auditorio una breve antesala de cuales han sido mis propósitos con “Fuegos de Barrio y Arado”, poemario que presenté y fue distinguido en este concurso.
En los terrenos del arte he decido creer en ese impulso colectivo humano que nos permitió superar la barbarie, la esclavitud, el feudalismo, dejándonos frente a la voracidad del capital, etapa que tan superaremos, llevados por ese impulso humano -histórico- más fuerte que el individualismo que se inocula a la humanidad cada minuto del día. La poesía en particular y el arte en general, tienen mucho que hacer para que en este mundo, el único que tenemos, haya espacio para todos y todas. Muchas Gracias.
-Luis Calvo Rodríguez
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