Una propuesta política alternativa, que no incorporé
perspectivas de clase y género, está condenada desde su nacimiento, a ser una
propuesta funcional, útil o servil a los intereses de las clases dominantes.
Desde los medios proclives al sistema, la educación
oficial o los defensores oficiosos del status quo, se nos llama desfasados,
trasnochados, extemporáneos, por insistir en afirmar que existe lo que existe:
vivimos en una sociedad dividida en clases, donde unos pocos lo tienen todo, mientras
otros tantos trabajamos para que ellos sigan saciados, ambiciosos, elitistas; donde
las clases, al estar situadas en posiciones distintas de la sociedad, con
intereses distintos e irreconciliables, a partir de su relación con los medios
de producción, se encuentran en permanente lucha, como placas tectónicas que
chocan constantemente, lucha a veces desatada abiertamente y sin reparos, pero
que la mayoría del tiempo es solapada y silenciosa, un rumor de calle que va y
viene.
En medio de las tiranías militares que asolaron
Latinoamérica entre los años ’60 y ’70 del siglo pasado, los objetivos del
movimiento popular eran, por una parte, la democratización en lo político, y
por otra, la superación del capitalismo en lo económico, como modo de
producción que genera la explotación humana y ambiental. En aquellos años, al estar en un contexto de
regímenes militares, la táctica asumida por la mayoría de los movimientos
populares se orientó hacia la lucha armada, en sus distintas variantes.
En la actualidad los objetivos son muy parecidos. La democratización es una tarea pendiente,
pues las distintas transiciones le han dejado al pueblo urnas y elecciones periódicas,
pero no dejaron participación democrática; las legislaciones electorales están
estructurados de tal forma, que se colocan constantes barreras a la
participación popular y un acceso muy limitado a la propaganda electoral, deja
todo atado a favor de los sectores más adinerados.
Las condiciones objetivas que permiten la participación
democrática, sólo serán posibles alcanzando el segundo objetivo, la superación
del sistema capitalista.
Aunque los objetivos estratégicos siguen siendo
prácticamente los mismos, la táctica del momento es distinta. Considerando el contexto social, se ha
relegado la lucha armada en la mayoría de los casos y los esfuerzos se han
orientado, por una parte, a dar continuidad a la construcción y acumulación de
poder popular, y por otra, a la preparación de instrumentos político-electorales,
que disputen partes del gobierno a las clases dominantes.
En esto último,
los movimientos populares y progresistas deben tener absoluta claridad:
mediante las elecciones se entra a disputar partes del gobierno, no el poder
del Estado, pues, incluso ganando elecciones, se parte asumiendo la dirección
gubernamental, desde una institucionalidad ya construida y en funcionamiento,
que tiene como objetivo principal el sostenimiento y reproducción de las
condiciones objetivas que generan tantas injusticias sociales.
La participación de los trabajadores y trabajadoras, de
la ciudad y del campo, con una propuesta propia en elecciones organizadas por
aquellos que detentan un poder opresor, no sirve por si sola para alcanzar los
objetivos antes expuestos; pero si son un instrumento válido para impulsar la
democratización de toda la sociedad, para agudizar y exponer las
contradicciones de clase, que al fin y al cabo, son las palancas sociales que
darán paso a la superación del actual orden de cosas.
-Luis Calvo Rodríguez.
Publicado en el diario "La Estrella de Panamá", el sábado 2 de febrero de 2013.
Hermano,
ResponderEliminardejás de lado en tu análisis a los pueblos indígenas como sujetos históricos de la resistencia a las opresiones coloniales que llegan hasta la actulidad, y en su participación en el proceso de cambio social general de nuestros paises, porque en todo el continente hay pueblos movilizados, por ejemplo estas ultimas semana se ha proyectado a la "sociedad mundial mediatizada" en Canadá el movimiento IDLE NO MORE.